16 septiembre 2009

La ley de la madurez democrática


Escribo estas líneas en momentos en los que en la Cámara de Diputados se debate el proyecto de Ley de Servicios Audiovisuales presentada por el poder Ejecutivo.
Quizás como nunca antes en estos 26 años de democracia las caretas de los diversos actores sociales implicados en el tema se cayeron. Cada uno mostró quién es realmente. Se expusieron tal cual son. Un gobierno empecinado en derrotar a un multimedio. Un multimedio obsesionado con defender lo que a costa de presiones y manejos oscuros pudo construir y conservar a lo largo de más de 30 años. Una oposición conservadora y obsecuente, funcional a los intereses de los grandes medios. Una parte de la sociedad civil que a través de organizaciones no gubernamentales se encontraron con la posibilidad de impulsar 21 puntos que permitieran reformular lo que durante tanto tiempo nadie tuvo la voluntad política de concretar. Decenas de periodistas que a izquierda y derecha se volvieron más empleados que nunca y olvidaron la escencia de su profesión.
Desde que decidí apasionarme por esta hermosa disciplina, en cada congreso, conferencia, casa de estudio o charla donde el periodismo y los medios de comunicación estaban en el centro de la escena, la figura de la Ley de Radiodifusión sancionada durante la última dictadura militar era recurrente. Por unanimidad se pedía a gritos que fuera modificada, adaptada a los tiempos democráticos y actualizada a los adelantos tecnológicos de la actualidad.
Del otro lado, medios de comunicación que pasaron a ser pulpos mediáticos; amparados por la vieja norma consiguieron tanto poder que prácticamente nadie los enfrentaba. La presión y la extorsión pasó a ser su deporte favorito. Si no estabas con ellos, ni siquiera estabas contra ellos. Directamente no estabas. La noción de existencia propia necesitaba el visto bueno de ellos.
Quizás para algunos parezca muy extremista, pero les aseguro que no lo es.
El poder real que han conseguido los grandes medios a lo largo de este tiempo es desmesurado y el periodismo ha sido una de las principales víctimas de este proceso de concentración.
Cuando era estudiante en la universidad, un profesor que hoy tiene un rol principal en el impulso de este proyecto de ley nos decía que "el día en el que la sociedad argentina comprenda el poder que Clarín y Techint tienen en las decisiones políticas y económicas del país se habrá dado uno de los pasos más importantes de la historia".
En aquel entonces me pareció un razonamiento disparatado; forzado y hasta con una alta dosis de envidia. Pero con el tiempo comencé a darme cuenta que no estaba tan lejos de la realidad.
Otra de las cosas que se me vienen a la mente es el del contexto en el que se produce este debate. Es cierto: el enfrentamiento entre el gobierno y el multimedio Clarín aceleró los acontecimientos.
Pero como en cualquier hecho histórico, hay condiciones objetivas que aceleran los procesos de cambio. Y va más allá de la importancia de tal o cual acontecimiento.
Por ejemplo, recuerdo cuando el gobierno le quitó a la empresa de transporte Metropolitano la concesión del ferrocarril Roca y Belgrano Sur: un grupo de pasajeros llenos de ira y cansados del desastroso servicio que prestaba la empresa, incendiaron una formación en plena estación Constitución. O cuando la crisis económica internacional aceleró el proceso de estatización de los aportes jubilatorios, cuando un año antes se había impulsado la "libre elección" entre el sistema de capitalización (Afjp) y el de reparto. Se podrían citar muchos ejemplos más, pero apelo a la memoria de los lectores. En conclusión, hay hechos puntuales que aceleran los procesos sociales.
Por eso la importancia de aprobar este proyecto de ley. Es un momento histórico que lejos está de la censura. Es una iniciativa que propone cambios profundos que darían lugar a que se escuchen nuevas voces, toca intereses poderosos, quita beneficios a los pulpos que todo lo quieren y abre el camino a nuevas y varias maneras de contar lo que sucede a nuestro alrededor.
Por último, me gustaria destacar la inteligente posición que tuvo a lo largo de estas semanas el diario Perfil en este tema, sobre todo a través de las columnas de su director Jorge Fontevecchia. Sabido es su fuerte enfrentamiento con el gobierno de turno, pero a diferencia de las líneas editoriales de otros medios que se "solidarizaron" con el multimedio, desentrañó las partes del conflicto haciendo periodismo, generando hechos noticiosos. Y me da la impresión de que esto a mediano plazo le generará a su medio lo más preciado y difícil de conseguir en la profesión: el capital simbólico, que no es otra cosa que el reconocimiento social.
En este sentido, el resultado que arroje esta iniciativa nos mostrará si la sociedad ha llegado a un punto de madurez en el que está dispuesta a escuchar distintas voces. Porque después de todo escucharnos nos hace mejores personas, mejores ciudadanos.