17 noviembre 2011

Doña Rosa no tiene quién la ayude


Durante ocho años, doña Rosa, como la conocen en el barrio, disfrutó vivir a lo grande. Ya en los últimos días de marzo prendía sus cuatro estufas para que se sienta eso que algunos suelen llamar "calor de hogar" y así evitar que los primeros fríos del año no la sorprendan. En cambio, cuando la primavera se acercaba y las rosas y jazmines de su balcón florecían, se aprestaba a llamar a su técnico amigo para que le haga una buena recarga de gas a los cuatro aires acondicionados que se encontraban en cada uno de los ambientes de su hermoso departamento.
Doña Rosa estaba chocha: después de las fiestas de fin de año que pasaba con sus hijos y nietos en el barrio privado de Pilar se tomaba un vuelo a Punta del Este para disfrutar de las playas uruguayas. A ella nunca le gustó la política. Siempre le pareció algo sin sentido donde reinaba la corrupción. Para Rosa, el Estado era un aparato ineficiente y burocrático que no hacía más que impedir que la gente pueda vivir cada vez mejor. Eso mismo: para la doña (que no era ninguna anarquista) el Estado sólo tenía que ocuparse de cuidarla de los delincuentes.
Sin embargo, una tarde aburrida decidió ordenar una decena de boletas de impuestos y servicios que se habían acumulado durante varios meses en la mesa de la recepción de su departamento. Allí le pareció ver que en varios papeles figuraba una leyenda en la que se podía leer: "Esta boleta cuenta con subsidio del Estado Nacional". En otra se informaba que de acuerdo al consumo que había tenido y a su lugar de residencia (ella no cambiaba su Barrio Norte querido por nada del mundo), el costo del servicio sería hasta diez veces mayor al que ella abonaba. "¡Qué escándalo!", pensaba ella. "Yo, una mujer de barrio norte, recibiendo ayuda del Estado como si fuese una pobre mujer del conurbano", siguió diciéndose por dentro.
Decidió compartir la anécdota con una de sus amigas con la que se juntaba a tomar té dos o tres veces por semana en la cafetería de la calle Alvear. Ella también había percibido lo mismo en sus boletas pero no se sorprendió: "Aprovechá Rosa, ¿no te das cuenta que a este Gobierno le gusta gastar a lo loco y subsidia a todo el mundo?", le dijo en voz baja. Lo pensó un poco y decidió encargarle a su hijo la compra de otro aire acondicionado para colocar en el comedor.
Pero como diría el gran Fito de Rosario, "nada es para siempre". La política de subsidios siempre fue uno de los puntos más criticables del gobierno kirchnerista. Sobre todo durante los últimos tres o cuatro años. Trasladar el aumento de los costos en el propio Estado generó que se conformara una enorme masa de dinero que podría utilizarse para otro tipo de obras, por ejemplo.
Es cierto que los subsidios a los servicios públicos y al transporte se aplicaron luego del estallido del 2001, pesificación asímetrica y devaluación mediante. Con casi la mitad de los argentinos debajo de la línea de la pobreza y un cuarto de la población económicamente activa sin trabajo, aumentar las tarifas era echarle más nafta a un país en llamas. Con esta medida, el Estado no sólo subsidiaba un servicio, también significaba de forma indirecta un subsidio al empleo. Y no había ningún tipo de discriminación: más allá del ingreso, el nivel de vida o lugar de residencia, allí estaba la ayuda del Estado.
Con los años, la ciudad de Buenos Aires (el distrito más rico del país) y el Gran Buenos Aires recibían casi la totalidad de los recursos destinados a subsidios. El argumento era que allí se concentraba el 40 por ciento de los habitantes del país.
Centenares de artículos peridísticos denunciaban el escandaloso nivel de gastos que el Estado destinaba de su presupuesto a los subsidios: se habla de 75 mil millones de pesos para este año. Pero en las últimas semanas se anunciaron una serie de recortes para que los sectores más rentables de la economía dejaran de recibir esta ayuda.
Es la etapa del "gataflorismo mediático". Cuando el Estado subsidiaba sin ningún tipo de variable, decían que se derrochaban recursos públicos. Ahora, que se puso manos a la obra para distribuir de manera más eficiente, apelan a la palabra "ajuste" y salen por todos los medios a generar miedo y pánico en la población.
El método que el Gobierno utilizó para que cada familia decida si realmente necesita mantener o no esta ayuda puede ser calificada de inocente. Pero es aquí donde las sociedades deben rendir un examen de espíritu cívico y mirarse un poco al espejo. Pese a que se pondrá mucho esfuerzo en cruzar la información de la AFIP o la ANSES con lo que firmen los ciudadanos en la declaración jurada que presenten, no faltará el piola que siempre intenta sacar ventaja. Y más en un país donde la mitad de su economía aún está en negro y muchos no tienen la manera de justificar sus ingresos. Sino miren el caso de la amiga de doña Rosa...
Por eso el objetivo es hacer un doble movimiento: por un lado, una mirada introspectiva hacia el nivel de vida que cada uno ha conseguido en estos ocho años y, por el otro, un proceso de empatía en la que cada ciudadano pueda tener la capacidad de colocarse en el lugar de un Otro que no la está pasando bien.
Las sociedades se construyen mediante lazos solidarios fuertes. Pero la solidaridad no es sólo la donación de ropa, comida o dinero. También pasa por este tipo de actitudes en la que cada uno cede algo en pos de que otro tenga la posibilidad de vivir más dignamente.
Por eso, y por varias cosas más, es importante saber qué harán las "doñas Rosa" que viven a lo largo y ancho del país con esa declaración jurada, y que han vivido de las tetas del Estado (pido perdón por la expresión) durante tanto tiempo y sin que realmente lo necesiten.