25 mayo 2011

La corporocracia

"Aquellos que creen que el dinero lo hace todo, terminan haciendo cualquier cosa por dinero."
Voltaire (1694-1778)


Desde la teoría política clásica nacida con Aristóteles, continuada por Nicolás Maquiavelo y posteriormente por los principales representantes del Iluminismo (Locke, Hobbes, Rosseau), se establecía una topología de las formas de organización del Estado. Pero hoy no quiero hablar de ello, sino más bien de una nueva forma de o tipo de Estado que está haciendo estragos con lo que hasta ahora se conoce como la sociedad civil: la denomino "corporocracia".
Aristóteles, por ejemplo, hablaba hace más de 2.500  años de tres tipo de forma de gobierno: la monarquía, la aristocracia y la democracia. Asimismo, postulaba que estas variantes también pueden sufrir abusos y desviaciones, hasta degradarse. Así, la monarquía se convertiría en tiranía; la aristocracia en oligarquía; y la democracia, en anarquía.
Hasta incluso mediados del siglo XX, con algunos matices, esta clasificación no sufrió modificaciones. Pero nada es para siempre. Hoy, con el avance de la globalización y la supremacía de la economía de mercado, existe la corporocracia: una forma de gobierno que bajo el paraguas de la democracia es tomada como rehen por las grandes corporaciones (donde prevalece el sector financieron trasnacional).
Este es el sistema de gobierno que prevalece a lo largo y ancho de todo el mundo. Como nunca antes, pero sobre todo luego de la crisis de las hipotecas basura que afecto fundamentalmente a Estados Unidos y Europa, la corporocracia muestra sus tentáculos y se resiste a ser erradicada.
Las consecuencias, en este sentido, son catastróficas: sectores sociales sumidos en la pobreza e indigencia, sin empleo, que sufren la pérdida de sus hogares, sus ahorros, sus pensiones. La distribución de la riqueza empeora; la clase media desaparece y el progreso social es cada vez una ilusión más difícil de llevar a la práctica. El resultado es un mundo que se ha vuelto un lugar más injusto que antaño.
Enfrente, las corporaciones: enormes entidades que no reconocen banderas, que se enquistan en los distintos estratos del aparato estatal para impulsar y conservar aquellas políticas que les han servido para hacerse cada vez más poderosas. Incluso, más fuertes que el poder emanado de la voluntad general de los pueblos.
Pero esto no lo han hecho solos. Necesitaron de distintos instrumentos para que su programa ideológico se convirtiera en sentido común y así, conformar un discurso hegemónico. En este sentido, los grandes medios de comunicación han sido el principal elemento utilizado para conformar la corporocracia. La función social que cumplían desde los orígenes de la sociedad moderna fue abandonada y reemplazada por la defensa de las grandes corporaciones, la difusión del llamado discurso único y la desaparición de todo espíritu crítico. Han pasado a defender el statu quo y a la prevalencia del mercado por sobre la regulación del Estado.
Aunque suene una redundancia, los medios son el medio que han encontrado las corporaciones para primero destruir al Estado de Bienestar y posteriormente cooptar a los representantes políticos para impulsar medidas que favorecieran a los más poderosos (y al mismo tiempo que perjudicara aún más a quienes necesitaban de la ayuda del Estado).
Lo vimos en Argentina en 2001, se repite en Estados Unidos en 2008 y surge con fuerza en estos días en España, en la Puerta del Sol. Y seguramente el escenario se replicará en varios puntos del mundo en los próximos meses. Es que las sociedades han llegado a un punto de hartazgo intolerable que las ha lanzado a las calles a recuperar el espacio público y exigir cuestiones que sí son de sentido común: trabajo y vivienda digna, salud, educación. En resumen, oportunidades que hoy no tienen. Pero sobre todo, que sus representantes actúen como tales y no como defensores y preotectores de las corporaciones.
"No estamos contra el sistema; es el sistema el que se ha puesto en contra nuestro", es una de las proclamas en España y que dio la vuelta al mundo. A diferencia de lo que sucedía durante la Guerra Fría, las sociedades no proponen ahora un cambio de sistema, un salto al socialismo o al comunismo. El capitalismo es algo que ya casi no se discute. Pero lo que sí se debate es la forma de capitalismo que haga la vida más digna para todos los seres humanos y no sólo para una élite cada vez más pequeña que defiende los intereses impulsados por la corporocracia.
Y es aquí donde se da la batalla cultural del siglo XXI. Como todo cambio social, no se producirá de un día para el otro. Seguramente será un largo camino el que habrá que recorrer. Pero ya se ha comenzado a transitar, y lo escencial es que las sociedades sean conscientes de su estado actual y se movilicen en pos de un objetivo: hacer un mundo mejor, más justo para todos.
Sólo así la corporocracia podrá ser extirpada. Luego, la democracia deberá dar respuesta a las principales demandas sociales. A su vez, los representantes de la voluntad popular atenderán los llamados de la sociedad civil y no el de lobbistas o jerarcas de las corporaciones.
Y por último, los medios de comunicación tendrán que retomar el camino que nunca tendrían que haber abandonado: ser el espacio donde se discutan los "grandes temas" y al mismo tiempo, favorecer a que los cambios ayuden a que la sociedad viva más dignamente.