26 octubre 2011

La primavera cristinista



El domingo pasado más de la mitad de los argentinos que concurrieron a las urnas decidieron que la presidenta Cristina Fernández continúe su mandato durante cuatro años más. Mucho se ha escrito y se ha dicho acerca de los motivos de su impresionante triunfo y la holgada diferencia que hubo sobre el segundo candidato, el socialista Hermes Binner. Algunos de estos análisis (sobre todo los que provienen de medios críticos al kirchnerismo) le asignan demasiada importancia a la muerte del ex presidente Néstor Kirchner (de la cual se cumple ya un año) o a la actual situación económica, que dejan de lado otros aspectos que, en mi parecer, son mucho más importantes. Miran el árbol, pero no el bosque.
Esta mirada tan pequeña y obtusa sobre el triunfo de la presidenta es la misma que utilizaron luego de los festejos del Bicentenario o durante el velorio del ex presidente. Pareciera ser que sus herramientas de análisis y observación de la realidad ya no funcionan o no les permite ver lo que está más allá de estos hechos puntuales.
Seguramente hubo votos del oficialismo que se recostaron sobre la tranquilidad económica, la estabilidad laboral, los derechos sociales adquiridos o el crecimiento económico sostenido. Pero dentro de ese 54 por ciento hay un conjunto muy importante de sujetos atravesados por una matriz ideológica que coincide con las políticas básicas del modelo instaurado a partir del 2003: intervención del Estado en la economía, fortalecimiento del mercado interno, desarrollo de mayor valor agregado para incrementar las exportaciones, memoria, verdad y justicia, bajo endeudamiento externo y protección a los sectores más vulnerables, por citar algunos ejemplos. Pero lo interesante es que ninguno de ellos se muestra conforme con lo realizado o intenta  mantener el statu quo: quieren ir por más. Es el núcleo del kirchnerismo.
Por eso el mayor desafío del gobierno que comienza el próximo 10 de diciembre es conseguir ese objetivo: la profundización de un modelo que permita la conformación de una Nación que incorpore a todos sus habitantes, en la que la igualdad en todo sentido sea la principal premisa. Comienza lo que denomino “la primavera cristinista”.
La presidenta cuenta con un apoyo jamás registrado desde la recuperación de la democracia en 1983. Ha expresado con claridad las cosas que se han hecho, las que faltan y también, por qué no, las que hacen falta corregir. Pero también dejó en claro algo que debe ser tenido muy en cuenta: la premisa de que las decisiones que se tomen no serán nunca en perjuicio de los sectores más humildes y vulnerables.
Será el momento de profundizar una reforma impositiva que grave a sectores de la economía que requieren escasa mano de obra pero obtienen una enorme rentabilidad: sector minero y financiero, sobre todo. También será la hora de que los más pudientes paguen tarifas de servicios acorde a su nivel de consumo e ingreso. No puede ser que un penthouse de Barrio Norte o Recoleta pague menos gas o electricidad que un jubilado de la provincia de Córdoba (aunque el porteño haya consumido el triple). Lo mismo para el transporte: la falta de transparencia en la entrega de subsidios hace imperioso que el Estado destine la ayuda al trabajador que realmente lo necesita y no al empresario que se enriquece brindando un servicio ineficiente. Por eso el impulso de la tarjeta SUBE (Sistema Único de Boleto Electrónico) sea hace imprescindible. Estas son cuestiones que se discuten incluso hacia el interior del oficialismo y que ellos saben que deben ser perfeccionadas.
La economía se define por ser una ciencia social que estudia cómo distribuir los recursos (que siempre son escasos) de la manera más equitativa posible. El cambio de paradigma que se observa desde hace ocho años en este sentido permite inferir que esos recursos deben ser destinados a quienes realmente los necesitan y a fomentar la obra pública que permita un crecimiento económico sostenido para el desarrollo de todo el país.
No será fácil. La sociedad es más consciente que nunca de la existencia de poderes muy fuertes que no se quedarán de brazos cruzados cuando intenten tocar sus intereses o afecten su rentabilidad, por más que sea con el objetivo de implementar la justicia social. A estos poderes no le interesa tal cosa. Basta sólo citar a las corporaciones que están haciendo estragos con la sociedad europea toda. Por estos pagos, la historia algún día contará con más neutralidad aquella resolución 125 (que planteaba retenciones móviles a la exportación de granos) y de cómo amplios sectores de la sociedad fueron engañados por los poderes económicos concentrados.
En este sentido, esta masa crítica que le dio su apoyo a la presidenta debe estar atenta y movilizada para que cuando estos poderes cada vez más visibles intenten bloquear o combatir aquellas políticas que tengan como objetivo la constitución de una sociedad más justa e igualitaria (aplicación total de la ley de medios audiovisuales, por ejemplo), le marquen con claridad cuál es el límite.
Los argentinos ya sabemos lo que es perder derechos sociales, políticos o económicos. También comprendimos que sin participación y movilización no se llega a ninguna parte. Y que un pueblo aletargado, deprimido, sin esperanzas, ilusiones o expectativas, es el mejor alimento para los más poderosos.
Por eso, no cometamos de nuevo los mismos errores. El futuro del país está en nuestras manos.