El domingo pasado más de la mitad de los argentinos que
concurrieron a las urnas decidieron que la presidenta Cristina Fernández continúe
su mandato durante cuatro años más. Mucho se ha escrito y se ha dicho acerca de
los motivos de su impresionante triunfo y la holgada diferencia que hubo sobre el
segundo candidato, el socialista Hermes Binner. Algunos de estos análisis
(sobre todo los que provienen de medios críticos al kirchnerismo) le asignan demasiada
importancia a la muerte del ex presidente Néstor Kirchner (de la cual se cumple
ya un año) o a la actual situación económica, que dejan de lado otros aspectos que,
en mi parecer, son mucho más importantes. Miran el árbol, pero no el bosque.
Esta mirada tan pequeña y obtusa sobre el triunfo de la
presidenta es la misma que utilizaron luego de los festejos del Bicentenario o
durante el velorio del ex presidente. Pareciera ser que sus herramientas de
análisis y observación de la realidad ya no funcionan o no les permite ver lo
que está más allá de estos hechos puntuales.
Seguramente hubo votos del oficialismo que se recostaron
sobre la tranquilidad económica, la estabilidad laboral, los derechos sociales adquiridos
o el crecimiento económico sostenido. Pero dentro de ese 54 por ciento hay un
conjunto muy importante de sujetos atravesados por una matriz ideológica que coincide
con las políticas básicas del modelo instaurado a partir del 2003: intervención
del Estado en la economía, fortalecimiento del mercado interno, desarrollo de
mayor valor agregado para incrementar las exportaciones, memoria, verdad y
justicia, bajo endeudamiento externo y protección a los sectores más
vulnerables, por citar algunos ejemplos. Pero lo interesante es que ninguno de
ellos se muestra conforme con lo realizado o intenta mantener el statu quo: quieren ir por más. Es
el núcleo del kirchnerismo.
Por eso el mayor desafío del gobierno que comienza el
próximo 10 de diciembre es conseguir ese objetivo: la profundización de un
modelo que permita la conformación de una Nación que incorpore a todos sus
habitantes, en la que la igualdad en todo sentido sea la principal premisa. Comienza
lo que denomino “la primavera cristinista”.
La presidenta cuenta con un apoyo jamás registrado desde la
recuperación de la democracia en 1983. Ha expresado con claridad las cosas que
se han hecho, las que faltan y también, por qué no, las que hacen falta
corregir. Pero también dejó en claro algo que debe ser tenido muy en cuenta: la
premisa de que las decisiones que se tomen no serán nunca en perjuicio de los
sectores más humildes y vulnerables.
Será el momento de profundizar una reforma impositiva que
grave a sectores de la economía que requieren escasa mano de obra pero obtienen
una enorme rentabilidad: sector minero y financiero, sobre todo. También será
la hora de que los más pudientes paguen tarifas de servicios acorde a su nivel
de consumo e ingreso. No puede ser que un penthouse de Barrio Norte o Recoleta
pague menos gas o electricidad que un jubilado de la provincia de Córdoba
(aunque el porteño haya consumido el triple). Lo mismo para el transporte: la
falta de transparencia en la entrega de subsidios hace imperioso que el Estado
destine la ayuda al trabajador que realmente lo necesita y no al empresario que
se enriquece brindando un servicio ineficiente. Por eso el impulso de la tarjeta
SUBE (Sistema Único de Boleto Electrónico) sea hace imprescindible. Estas son
cuestiones que se discuten incluso hacia el interior del oficialismo y que ellos
saben que deben ser perfeccionadas.
La economía se define por ser una ciencia social que estudia
cómo distribuir los recursos (que siempre son escasos) de la manera más
equitativa posible. El cambio de paradigma que se observa desde hace ocho años
en este sentido permite inferir que esos recursos deben ser destinados a
quienes realmente los necesitan y a fomentar la obra pública que permita un crecimiento
económico sostenido para el desarrollo de todo el país.
No será fácil. La sociedad es más consciente que nunca de la
existencia de poderes muy fuertes que no se quedarán de brazos cruzados cuando intenten
tocar sus intereses o afecten su rentabilidad, por más que sea con el objetivo
de implementar la justicia social. A estos poderes no le interesa tal cosa.
Basta sólo citar a las corporaciones que están haciendo estragos con la
sociedad europea toda. Por estos pagos, la historia algún día contará con más neutralidad
aquella resolución 125 (que planteaba retenciones móviles a la exportación de
granos) y de cómo amplios sectores de la sociedad fueron engañados por los
poderes económicos concentrados.
En este sentido, esta masa crítica que le dio su apoyo a la
presidenta debe estar atenta y movilizada para que cuando estos poderes cada
vez más visibles intenten bloquear o combatir aquellas políticas que tengan
como objetivo la constitución de una sociedad más justa e igualitaria (aplicación
total de la ley de medios audiovisuales, por ejemplo), le marquen con claridad cuál
es el límite.
Los argentinos ya sabemos lo que es perder derechos
sociales, políticos o económicos. También comprendimos que sin participación y
movilización no se llega a ninguna parte. Y que un pueblo aletargado,
deprimido, sin esperanzas, ilusiones o expectativas, es el mejor alimento para
los más poderosos.
Por eso, no cometamos de nuevo los mismos errores. El futuro
del país está en nuestras manos.